lunes, 15 de enero de 2007

Y... no fue fácil.
Y eso que el no sentir sus ladridos en la noche o el no verlo cuando pasaba por la vereda no lo habían afectado. Y tampoco sintió la misma nostalgia cuando fue a buscar la bolsa de alimento y el baldecito en el que se la depositaban y no los encontró. Pero entonces fue distinto. Porque él siempre venía cuando abría el portón. Y había que abrir poquito y poner las piernas estratégicamente para taparle todo posible recoveco, porque sino rajaba para la calle.
No era un perro chico, pero alguna vez él le tuvo miedo... cuando era nuevito, que estaba en quinto grado, o algo así. Le tenía miedo. Pobre, era buenísimo. Travieso, le gustaba romper las plantas y saltar, pero tenía un pelo tan lindo... y tampoco era muy grande eh... no no no. Y era lindo cuando se echaba y doblaba esa pata de esa manera que parecía tan incómoda, pero que evidentemente no lo era.
Jaja, pobrecito, cómo sufría en navidad... se metía abajo de la mesa, o se iba para el garage o hasta quería entrar en la casa, pese a que no lo dejaban. Y ladraba esos ladridos largos, como pidiendo que paren de una buena vez.
Y al final tenía razón su papá. Se dio cuenta justamente cuando reflexionó acerca de la desolación que sintió al abrir el portón y entrar... su abuelo podría haber avisado, aunque sea para despedirse...


Bah... tal vez no...

4 comentarios:

Flor dijo...

mierda, che!! Que horrible es cuando pasa esto. Siempre parece que la casa esta vacia. Es increible como un animal puede llegar a ser tan querido.
Te acompaño en tu dolor...
Un beso

Anónimo dijo...

Ay ay ay, éste es un tema ante el cual soy muy sensible. Cada vez que se me muere uno de estos bichitos sufro como una loca (como una loca que sufriera, claro)

Lo peor es cuando tienen que pasar un mal rato antes de irse definitivamente, porque si fuera de viejitos nomás, se entiende. Pero me resulta incomprensible que tengan que sufrir.

Está muy lindo escrito ésto, me gustó. :)

Prikigol dijo...

Yo una vez viví con un pececito naranja, lo alimentaba y le cambiaba el agua de la pecera, ha sido la única mascota propia que he tenido, me impresinó mucho el dia que me deperté por la mañana y al ir a ponerle algo de comer, lo encontré flotando en el agua, no lloré, la muerte me emociona mucho menos que otras cosas, pero aún tego la imagen de mi pececito en lo alto de la bolsa de la basura de aquel día.

Te quedó bonito el relato, saludos.

Maxi Vittor dijo...

Me alegra que haya gustado.

Y me gustaría agregar que en realidad no era mi mascota sino la de mi abuelo. Nunca tuve un perro, ni nada, y mi actual casa queda a 3 casas de donde viven mis abuelos, por lo que con este perro tuve una relación bastante cercana, lo veía en el barrio cuando se escapaba, lo entraba a la noche, cuando mis abuelos se iban le daba de comer.
Pero bue... es asi la cosa.